Juego a perderme.
Hay una complicidad estructural entre la verticalidad del yo y la primacía de la violencia.
Es mi juego favorito.
Juego a encontrarme,
a perderme en una ciudad que no conozco.
Yo sola me engaño,
y en una ciudad conocida,
hago como si no conociera las calles.
Y me sorprendo.
Por encontrar siempre
la misma catedral.
Pensé que era una necesidad.
Creí sentir una conexión con ella.
Necesito sentir sorpresa.
Ahora lo siento.
Juego peligroso.
Nadie quieres sorpresas.
Nadie quiere perderse.
Y sus certezas me pierden.
Me pierden
y me enfadan
y me hunden.
Caigo.
Y quiero visitar la catedral
por si hubiera consuelo
pero no me consuela que hayan catedrales.
No me consuela que haya una catedral
que solo guarda un sueño de certeza.
Nadie me enseñó a luchar.
Lo aprendí viendo películas
o en la calle.
Y embisto como una fiera
y me duele la cabeza
y me pierdo.
Caigo.
Hay infinitas formas de luchar.
De resistir.
Las bestias embisten en vertical.
En ese juego me pierdo.
Yo no sé jugar en lo vertical.
En la guerra me pierdo.
Me siento tan tonta por haberme perdido
en sus guerras verticales.
La verticalidad es un sueño de certeza.
Es una catedral.
Con lo fácil que es dar un paso en lateral.
Buscar nuevas formas en los márgenes.
En la horizontalidad.
Adriana Cavarero
“Aquí estoy y me afianzo;
Goethe
formo hombres
según mi idea;
un linaje semejante a mí,
que sufra, llore,
goce y se alegre,
¡y que no te respete,
como yo!”